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Desde que nos mudamos a este piso, allá por julio, han pasado por aquí muchos de los amigos cuyos caretos tengo puestos en el frigo: Mariajo, Óskar, Q,  Carmen, Juan, JA, Ali, Natalia, Jose, Santi… (Blas se me está resistiendo, pero cuando lea este post, seguro que se anima a hacernos una visitilla) y todos, sin excepción, han comentado lo mismo:

. ‘Qué portal más chulo’ (algunos han llegado a decir «señorial», jeje)

. ‘Qué techos tan altos’.

. ‘Qué piso tan acogedor’.

. ‘¿El baño…?’

La verdad es que el portal es chulo que te cagas, y los techos miden casi 4 metros, así que ahí había poco que dicutir… En lo de que el piso es acogedor, supongo que hay mucho de subjetivo (a mí también me lo parece, pero yo qué voy a decir), pero vale, aceptamos pulpo.

Y siendo un piso tan chulo, por qué, os preguntaréis los más cotillas, se fueron sus dueños de él?

Lo mismo nos preguntamos (y les preguntamos) nosotros…

La respuesta oficial fue que, ahora que iban a tener un segundo hijo, se les había quedado pequeño. Y tenía sentido, porque para dormir aquí más de 3 personas hay que tener mucho vicio con el tetris.

Pero los verdaderos motivos empezamos a tenerlos claros este verano, el día en que Nacho bajó al piso de abajo para pedir las llaves de la azotea. Regresar, regresó sin las llaves, porque la chica que le abrió le dijo que no vivía allí. Según Nacho, debía tratarse de algún tipo de centro budista, a juzgar por la decoración de la entrada y el incienso.

Yo no estaba tan segura, porque al salir a tender al patio interior me había encontrado varias veces con chicas vestidas con batas de raso de color verde turquesa, muy cortitas y muy escotadas. Aunque igual estaba equivocada . Después de todo, los que saben de esto dicen que para meditar lo mejor es llevar ropa cómoda…

Entonces, como para sacarme de dudas, vinieron las conversaciones en el patio interior, que al tener todo el día las ventanas abiertas, se oían claras como el agua clara. Al principio sólo las oía reírse, atender el teléfono y, de vez en cuando, hablar entre ellas de quién iba a darle el masaje al siguiente cliente.

Así que era eso… un centro de masajes. Qué bien, con lo que me duele a mí la espalda…

Sin embargo las conversaciones fueron haciéndose más explícitas, y un buen día, mientras hacía la comida, las oí hablar de un cliente que había llamado preguntando precios por un masaje, y ya que estaba, por un completo. La chica que lo contaba les dijo a sus compañeras que a ella le daba vergüenza tener que decir que allí sólo se daban masajes con «terminación manual», que por qué no podían hablar como todo el mundo y decir que acababan con una paja.

Como Sevilla no es tan grande, me dio por buscar en google y acabé encontrando su página web. Los precios iban desde los 80 hasta los 200 euros (crisis? q ué crisis?) Yo no es que esté muy al día sobre cuánto se paga por este tipo de cosas, pero 200 euros por una paja me pareció excesivo. Así que seguí leyendo…

La variedad era considerable. Desde chocolaterapia, hasta masajes cuerpo a cuerpo, pasando por masajes a cuatro manos. Todos ellos, decía la web, con terminación manual. Y no fue el único anuncio de este sitio que encontré. Tenían otro donde, por si a pesar de los precios y de los tipos de masaje, no te habías coscado, te aclaraban: «todas nuestras masajistas van en top less».

Y de la noche a la mañana, como si supieran que ya no había por qué hablar en clave, mis vecinas de abajo dejaron de hacerlo… y por fin pude entender el porqué de esos precios, que tan poco competitivos me parecían a mí vistos desde fuera 😀

Lo que sigo sin tener claro es si los antiguos dueños se fueron porque se sentían incómodos teniendo que explicar a las visitas por qué tenían cerradas las ventanas con el calor que hacía, o si para alguno de los dos vivir sobre un centro de masajes con final feliz era como para mi madre vivir sobre una tienda de abalorios, que me va a dejar sin herencia… 😎