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10 minutos para las 00.00. Recibidos (1). No puedo evitar sonreír. Apenas he acabado de contestarlo cuando suena el teléfono. Este año tampoco es Nacho el primero en felicitarme, pero sí el segundo. Y junto a su felicitación, mi primer regalo: un mp4 donde poner en orden mis no-lunes.

6 horas para el examen. Intento estudiar un poco entre llamada y llamada. Y las horas pasan. Justo cuando voy a apagar el netbook entra un correo. Lo leo. Lo vuelvo a leer. Esta vez no sonrío. Lo marco con una estrella y me voy a la ducha.

1/2 hora para el examen. Llego al cole sin haber comido y con la cabeza en otro sitio. Cuando me ven aparecer, las niñas me cantan el cumpleaños feliz. Me dan regalos y tarjetas hechas por ellas. Decido guardarlas y leerlas cuando esté más centrada.

Alguien me sonríe y me avisa. Ni siquiera me he dado cuenta de que mi foto está en cada columna del pasillo que atraviesa el campus, en cada edificio, en la puerta de la cafetería…

18.00. Acaba el examen y nos vamos a celebrar lo bien que nos ha salido. Y frente a unas tapillas y unas cañas, hablamos de lo de siempre. Y me vuelven a cantar el ‘cumpleaños feliz’.  Y saco las tarjetas y las leo…

Sin duda, éste es el mejor regalo que podían hacerme hoy.

21.30. Llego a casa y vuelvo a abrir el gmail. Leo los recibidos y me voy a la carpeta de destacados. Me descargo mi último regalo de hoy y, sin abrirlo aún, lo guardo en mi nueva y pequeña caja de Pandora.

Me pongo los cascos y le doy al play.

Y mientras leo la letra, me pongo cada vez más triste.  Sólo entonces me doy cuenta de que realmente ha pasado un año desde mi último día impar… sólo uno.