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A pesar del paraguas -no el transparente, el otro, el negro enorme con una flor blanca a un lado- y de los escasos 10 minutos que hay de mi casa a la estación, entro en el andén completamente empapada, justo a tiempo para colarme en el metro. No lo hago. En lugar de eso recorro el pasillo despacio, dándole la excusa perfecta para marcharse sin mí.

Me encanta ese momento, cuando el túnel parece tragarse el último vagón, y las únicas personas que quedan, si es que las hay, te miran desde el otro lado de la vía.

Al llegar al banco dejo mi mochila a un lado y me siento a esperar mientras escurro, como puedo, las perneras de mis pantalones.  Es inútil, me digo. Hasta medio muslo, todo es lluvia: vaqueros, calcetines, mis pies chapoteando dentro de las zapatillas… y la lluvia, hasta donde yo sé, siempre gana.

No pasa ni una canción hasta que el andén vuelve a llenarse de gente. A algunos, como a mí, la tormenta los ha pillado a traición. Otros llegan inexplicablemente secos. Entonces me fijo en sus caras, caras de lunes, caras largas. Por aquí no suele gustar este tiempo…

El panel de información anuncia la llegada del próximo tren. Es lo bueno que tienen los trenes, da igual cuántos dejes marchar, siempre llegará otro.

Me cuelgo la mochila del hombro, me ajusto bien los cascos y dejo que mis pies empapados se muevan al compás de la música.

I’m only happy when it rains
I’m only happy when it’s complicated… (*)

Y qué más da que sea lunes…

fuera llueve, mi ropa está chorreando.

Y sé que así nunca podré encajar en esta ciudad, pero qué le voy a hacer…

frente a la mampara de cristal, calada hasta los huesos, sonrío.

(…)

(*) Si queréis saber de qué va y/o descargaros esta coplilla, pinchad aquí.

(**) … cómo he echado esto de menos.