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Al igual que Sugus, Salvo eligió una noche de domingo para colarse en nuestro portal.

Era el finde antes de Semana Santa. Junto a la entrada, una maleta para dos me recordaba que al día siguiente – después de todas las veces que A. me había propuesto que fuera allí con él- al fin iba a conocer Zafra, pero con Nacho.

La idea era salir lo antes posible, por aquello del sol, así que después de cenar, en cuanto el Escocés y Paula salieron por la puerta, decidimos lavarnos los dientes e irnos a la cama. Y en ello estábamos cuando en mi móvil comenzó a sonar ‘Northern Exposure’...

Me llevó un rato entender lo que el Escocés me estaba intentando contar. Un gato, gris, en mi portal… no, no era Sugus… seguro, sí… aunque por lo visto parecía igual de perdido que ella…

Mi primera reacción fue desentenderme. Lo último que necesitaba era otro gato gris que me dejara hecha mierda cuando sus dueños vinieran a recogerlo. Por no hablar de que, en aquella época, no creía posible que hubiera nadie (persona, gato o cosa) que se sintiera la mitad de perdido que yo.

Media hora más tarde empecé a oírlo maullar. Por lo visto el Escocés al irse a su casa había dejado cerrada la puerta del portal. Si era de algún vecino, me dijo, era cuestión de tiempo que acabara oyéndolo y bajando a buscarlo.

Tenía sentido, así que decidí darle al presunto vecino diez minutos más. Luego me puse los vaqueros, cogí las llaves de casa y bajé a echar un vistazo.

Y allí estaba,  dando vueltas por el portal, maullándole a nadie.  Al verme, vino directo hacia mis piernas y comenzó a restregarse por ellas. Era enorme, blanco y gris, pelo largo y, a pesar de estar muy sucio (mucho) y muy flaco, no parecía ser un gato callejero.

Y aunque tenía muy claro que no me lo podía quedar, tampoco podía dejarlo allí…

Y en eso estaba cuando el sonido de una puerta llamó su atención y salió disparado escaleras arriba; momento que aproveché para volver a casa, cruzando los dedos para que las predicciones del Escocés fueran ciertas.

Aún así, como hiciera cuando me encontré a Sugus, decidí meterme en internet y buscar anuncios de gatos perdidos en la zona. No sé cuántas fotos, descripciones, y fechas miré…  Nada. Finalmente conseguí apagar el ordenador y meterme en la cama.

No recuerdo ahora si había llegado a coger el sueño cuando volví a escucharlo maullar. Encendí la luz, desperté a Nacho y le dije que teníamos que hablar…  Después de mucho analizar la situación y no llegar a nada, acordamos esperar hasta el día  siguiente y, si aún seguía en el portal, ya veríamos qué hacíamos con él.

Aquella noche no dormí. Cada vez que se callaba pensaba que alguien le habría abierto el portal y lo habría echado. Y tenía que contenerme para no salir a buscarlo. Luego volvía  a oírlo y pensaba que ya quedaba menos para que amaneciera. Y me sentía aliviada y agobiada a la vez.

(…)

No fue fácil quitarle toda la mierda que traía puesta. Como no lo fue que olvidara lo que quiera que lo trajo a nuestro portal aquella noche y empezara a confiar en nosotros.

Para mí tampoco fue instantáneo quererlo. Supongo que me daba miedo encariñarme con él y que acabara desapareciendo, como hizo Sugus.

(…)

Desde aquel amanecer han pasado ya siete meses. Y mientras escribo esto, Salvo duerme hecho una bola en el sofá. Una bola blanca y gris, peluda y suave, que esconde una nariz rosa con una bonita peca negra.

Y aunque a Wilma no termina de gustarle compartirme con él, no le queda otra.

Tanto si le gusta como si no, ahora lo sé, Salvo ha venido para quedarse.