counter for wordpress

And if I’m strong I might still break
And I don’t have anything to share
That I won’t throw away into the air

Cuando me desperté no estabas. Supongo que para ti fue más fácil así. Después de todo, no quedaba nada que decir y mi maleta estaba hecha desde la noche anterior.

Antes de salir, rompí el póster de Escher que tenías a modo de cabecero y que tanto te gustaba. Aquél lleno de escaleras que no llevaban a ninguna parte. Y tras echar un último vistazo a aquella cama tan estrecha en la que nos había sobrado sitio durante tantas noches, a aquella mesita con vela en vez de lámpara, y comprobar que no quedaba nada mío en el armario ni sobre tu escritorio, cerré la puerta de tu cuarto muy despacio.

No había amanecido aún cuando agarré mi maleta y me fui a la estación atravesando el parque. El frío me abofeteaba al andar. No había gorriones, ni cuervos, ni ardillas. Días más tarde, todo – aceras, playa, tejados-, absolutamente todo, se cubrió de blanco. Creo que aquélla fue la vez que más cerca estuve de ver la nieve.

Y fue en el aeropuerto, tras haber cruzado la puerta de embarque, donde aquello empezó a doler de verdad. Era un dolor nuevo, desconocido. Un dolor asfixiante, que no dejaba sitio para nada más. A dos mil kilómetros de todo.

Después de aquello hay unas horas en las que todo está borroso. El vuelo de vuelta, la llegada a Sevilla, el último autobús con destino a Cádiz, el taxi hasta casa. Recuerdo, eso sí, que al llegar las luces estaban apagadas. Más tarde supe que habían salido a celebrar noséqué. Así que me tumbé en mi cama y esperé, sin saber muy bien qué iba a contarles cuando me vieran allí.

Hoy, después de tanto tiempo (o de tan poco), sigo sin recordar qué les dije.

Herne Bay, U.K, Febrero/ Marzo ’96.