Comprobó la temperatura del agua con el pie. Perfecta. Encendió un par de velas y apagó la luz del baño. Hacía meses que no pasaba un fin de semana sin una guardia, que no dormía 8 horas seguidas, que no tenía tiempo para ella. Dejó que la espuma volviera a la superficie cubriendo los huecos que había dejado al meterse y, cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás. Al sacarla se peinó con los dedos, siguiendo el pelo más allá de la nuca, como si aún lo llevara largo. Aquél había sido sólo uno de los muchos pequeños cambios que habían tenido lugar en los últimos meses.
Miró hacia la alfombrilla donde solía tumbarse su gata. Recordó sus maullidos, interrogantes cuando la perdía de vista, exigentes cuando su comedero estaba vacío y, sus favoritos, los que le daban la bienvenida al volver a casa.
A él nunca le gustó. No entendía cómo aquel bicho podía tener tanto protagonismo en su vida. El día que se escapó, ella tenía turno de noche. Y él no quiso preocuparla. Por eso decidió no contárselo cuando la llamó para preguntarle cuánto tiempo tenía que calentar la cena al microondas. Ni cuando la volvió a llamar porque no encontraba el cargador del móvil. No se enteró hasta la mañana siguiente, cuando al abrir la puerta no apareció enredándose entre sus piernas. Él le quitó importancia con un ya volverá cuando tenga hambre… los gatos son así. Y ella prefirió no preguntar cómo había podido escaparse.
Durante semanas esperó que alguien la hubiera reconocido en la foto con la que empapeló el barrio, comprobaba su móvil una y otra vez, le parecía oír sus maullidos en el pasillo. Hasta que un día dejó de oírlos. Y de esperar. Después de aquello no hubo más gatos. Él insistió en que era lo mejor. Los gatos eran ariscos y traicioneros, no como los perros. Y ella pasó por el aro. Como tantas veces. Al fin y al cabo, sabía de lo que hablaba. Llevaba muchos años siendo perro. Siempre buscando su aprobación. Siempre conformándose con las sobras. Siempre supeditando sus necesidades a las de él. Hasta el día en que él decidió que aquello no funcionaba. Sin más explicaciones. Y cuando se fue, se dio cuenta de que no tenía nada. Sólo una casa vacía en la que enterrarse viva y aquel pasado que pesaba como una losa.
A partir de entonces todo fue cuesta abajo. Un perro sin dueño no tiene orgullo. Se acerca a cualquiera que tenga algo que ofrecerle. Y a veces necesita tanto volver a confiar en alguien, que acaba lamiendo la mano equivocada. Ella lo hizo. Lamió la mano equivocada. No una, muchas veces. Muchas manos. Demasiadas. Y cuando por fin tocó fondo y vio en lo que se había convertido, decidió que ya había sido perro suficiente tiempo. Y se sacrificó. Y se reencarnó en gato. Y comenzó a vivir la primera de sus siete vidas. Y cuando apuró la primera, fue a por la segunda, a por la tercera.
Un mensaje en el contestador la devolvió al presente, a las yemas arrugadas de sus dedos. Aún faltaban un par de horas pero prefería no ir con prisas. Salió del baño, apagó las velas y comenzó a arreglarse. Eligió cada detalle. No quería dejar nada al azar. Había imaginado aquella llamada muchas veces en los últimos meses. Cuando aún dolía. Cuando aún esperaba una explicación a la que agarrarse. Hasta que dejo de hacerlo. Entonces llegó. Y con la llamada, la invitación a cenar, el vino, las confesiones. Nada que ella no supiera. Nada que tuviera ya importancia. Aún así le siguió el juego. Le dejó hablar hasta estar segura de que no quedaba nada que aclarar. Entonces se lo llevó a la cama. Y le mostró todo lo que había aprendido sin él. Necesitaba que entendiera en qué se había convertido. En qué la había convertido.
Pero él no lo entendió. Tiró de recuerdos y fechas que ya no significaban nada. Habló de segundas oportunidades. Y acabó pidiéndole que volviera. Y ella le dejó arrastrase. Prometió que se lo pensaría. Y lo hizo. Pensó en su gata, en el tiempo que pasó buscándola, en lo largos que se vuelven los días esperando una llamada que no llega. Y tras echar una última mirada a aquel desconocido que dormía junto a ella, dejó su respuesta sobre la mesita. ‘Volveré cuando tenga hambre’. Y cerró la puerta a sus espaldas. Y estrenó su siguiente vida.
Y mientras buscaba las llaves del portal lo vió. Un gato gris de no más de un palmo de alto maullando asustado bajo un coche. No se lo pensó. A fin de cuentas aún le quedaban 4 vidas que compartir.
Esta semana la llevaba el Escocés, y su propuesta fue «Epitafios».
El mío es un poco metafórico y… estooo… un poco larguito…
¿Qué queréis que os diga? Haber elegío muerte …
enero 8, 2010 at 15:54
17 comentarios ·
Danny dijo
Yo no elijo muerte, quita, quita… mejor vida, aunque no tenga siete, me apaño con lo que hay! Y si añades pequeños placeres, como leer tus relatos, pues much better. Y éste, metafórico y todo, es toda una muestra de superación y renovación. Como la vida misma, cielo. Perfecto. Un beso.
02 Octubre 2008, 12:00
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elefantefor dijo
Si es que la metáfora de hombre es perro y la de mujer es gato. Intercambiar metáforas es muy peligroso, crearlas como tú es muy generoso. Dejan una sensación estupenda esas cuatro vidas que aún le quedan por vivir.
Gracias y besos.
02 Octubre 2008, 12:30
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Benno dijo
¿4 vidas por compartir? No serán las de la peli, ¿verdad? AAAAARRRRGGGGHHHHHH!!!!!!!!!
En fin; cuando las cosas encajan en la cabeza, hacen «click» y se ve todo más claro, es cuando se toman decisiones, aunque supongan una nueva vida y romper con el «yo» anterior.
Te quiero, bombón…
02 Octubre 2008, 13:01
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G. dijo
Escocés, hombre, perfecto, perfecto… eso sí, superación y renovación las que haga falta… Pa’trás ni pa’coger impulso. Un beso, cielo.
Elefante, yo creo que, quien más quien menos, todos hemos sido perro alguna vez, y todos hemos tenido alguno, en mayor o menor medida. Yo soy más de gatos que de perros. Y es curioso, porque conozco a mucha gente que decía que prefería a los perros, hasta que tuvo gatos. Pero no al revés. Algo querrá decir, digo yo… Un beso.
Bombón, jejeje, afortunadamente puedo decir que no.
Tienes razón, hay veces que vemos las cosas con una claridad que asusta. Y entonces toca decidir si hacemos algo al respecto o miramos para otro lado. Porque a veces los cambios son dolorosos, y no siempre podemos con ellos. Pero hay que intentarlo.
Te quiero mucho, cielo.
02 Octubre 2008, 14:19
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… Carlos dijo
Me gusta el cambio radical de ser perro a ser gato, creo que esos cambios en la vida son recomendables cuando hemos llegado a ese límite que tantas veces retrasamos, a ese “te doy, me doy, nos daremos otra oportunidad” esperaremos un “poquito más” pero… ¿para qué?
Cuando las cartas están en la mesa, solo cabe jugarlas y cuando en la mesa se hacen trampas de las peores trampas que pueden hacerse, las emocionales como en tu relato, solo queda saber jugar las cartas con la misma habilidad.
Sigo pensando que escribes «muy malamente»
Esta vez me despido con un beso muy grande para ti y con un achuchón para El Nota.
02 Octubre 2008, 14:32
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G. dijo
Carlos, el problema, como me decía alguien hace poco, es que a veces no hay cartas que jugar. Es más bien como la oca. Tiras los dados, cruzas los dedos, caes en la muerte, y a empezar de nuevo…
En algo te doy la razón: escribo mu malamente. Y encima me repito más que el gazpacho con pepino. Pero por lo que me pagan… .
Un beso muy grande, Abu. Le daré al Nota tu achuchón.
02 Octubre 2008, 16:49
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crguarddon dijo
Se lee de un tirón y con un interés creciente G., tienes un arte especial para hurgar en los sentimientos de ellos y ellas. Me has dejado con ganas de más, de ver cómo son esas vidas que aún le quedan por vivir. Me han encantado tus metáforas, mucho.
A mi no me parece que que el papel de perro sea siempre masculino ni el de gato femenino. Para nada. Un beso grande y felicitaciones.
02 Octubre 2008, 18:25
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blasftome dijo
Bonito papel nos has colocado a los hombres. Bueno, en todo caso el sentimiento de fidelidad es un «mu’apañao».
Yo soy fiel con mis amigos, ¡qué pasa!.
¡¡¡Pobre, Benno, todavía te quedan tres!!!
(Qué malo soy, pero como eres mi amiga seguro que me lo perdonarás).
Besín, besín.
02 Octubre 2008, 20:08
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f-menorca dijo
Tu relato es excelente, pese a que yo he tenido tres gatos, y ahora tengo un perro, es ya el segundo, porque el primero se murió. Son animales diferentes, cada uno con lo suyo. Las personas tenemos que saber ser a veces gatos y a veces perros, es la ventaja que nos da el raciocinio, el no tener que ser ni hacer siempre lo mismo.
02 Octubre 2008, 20:35
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karmen-jt dijo
Me ha gustado mucho tu historia, describes muy bien todos esos instantes, los detalles… el baño, la pérdida de la gata, la búsqueda, la decepción.. para acabar con dos párrafos geniales en los que encierras todo ese desencanto acumulado de tantos años.
Muy bueno Gema. Un beso.
02 Octubre 2008, 22:11
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José Ignacio Izquierdo Gallardo dijo
Cada día escribes mejor. Me parece un relato genial, y para nada se hace largo.
Un abrazo.
02 Octubre 2008, 23:55
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G. dijo
Carmen, pues me alegra mucho que te haya gustado. Respecto a las vidas que le quedan… bueno, a todos nos quedan más vidas de las que creemos y menos de las que nos gustaría. El problema es no saber qué hacer con ellas y que pasen sin darnos cuenta.
Un beso muy grande. Y muchas gracias.
Blas, no es cuestión de hombres o mujeres. Yo tampoco creo que seamos perros o gatos dependiendo del género.
En cuanto a Nacho…. juas juas… que sepas que tu comentario le ha «encantado»… pobrecito, creo que no se dio cuenta de dónde se estaba metiendo…
A ti te lo consiento todo, amigo. Toíto to.
Un besazo (pa’compensar tus besines).
Xarbet, muchas gracias. Yo tengo perro y 3 gatos. Y me encantan los 4, porque me encantan los bichos, no sé qué haría si no pudiera tenerlos… pero tienes razón, son diferentes. Lo que pasa es que los gatos tienen una injustificada mala fama.
Como le decía a Carmen, no creo en las etiquetas por sexo. Estamos de acuerdo en que todos podemos ser perros o gatos, a veces por elección propia, a veces porque no nos queda otra… Un beso.
Karmen, muchísimas gracias . Desencanto… me alegra que se entienda lo que quiero decir. Un beso enorme, guapísima. Nos vemos
José Ignacio, muchísimas gracias. Acabo de leer el tuyo y me he quedado… así…
Oye, no has pensado apuntarte a esto???? Es gratis, jeje.
Un beso.
03 Octubre 2008, 10:52
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un-espanol-mas dijo
Ni una coma, no tienes que tocar nada. Te ha quedado inconmesurable … con la poquita que eres y lo bien que lo haces … Me encanta la historia aunque a veces parece que no es un relato, hay muchos que no les importa una ‘mierda’ lo que para otros es necesario … Perro y gato, gato y perro lo mal que se llevan… pero mejor que algunas personas. Muy bueno Gemma, un peazo beso…
03 Octubre 2008, 19:47
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quadrophenia dijo
Tienes una habilidad especial, G., para reflejar situaciones y emociones que hacen que cada relato tuyo toque de lleno parte de la fibra sensible del que lo lee… Pero eso ya lo sabías ¿verdad?
Un beso, preciosa.
04 Octubre 2008, 17:41
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G. dijo
Juan, pues muchas gracias… pero tampoco abulto tan poco, no te creas, jeje. 50 kilos son unos cuantos.
Pues eso, que me alegro que te haya gustado. Estoy de acuerdo contigo, muchas veces los bichos son mejores que muchas personas.
Un beso enorme (no como yo, jeje).
Q, no te creas… si yo no sé ni lo que voy a desayunar mañana… jeje. Un beso, preciosa. Qué ganas tengo de verte.
06 Octubre 2008, 20:09
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Noe dijo
Mira que no soy muy amiga de los gatos, pero me gusta su independencia y valía por sacarse las castañas del fuego. Me ha encantado esa nota que le deja en la mesita… a vivir que son dos días y no se pueden perder con cosas que ya no son y a lo mejor ni fueron jeje un besuco
08 Octubre 2008, 23:02
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G. dijo
Noe, yo soy de gatos más que de perros. Y no lo era hasta que no los tuve. Y te aseguro que hay muchas falsas creencias sobre ellos. Yo tengo 3, y al menos 2 no pueden ser más mimosos. Y uno de ellos es uno de los animales más nobles que he tenido. De tonto que es, jeje.
Tienes razón, la vida no está para perderla recordando lo que pudo ser y no fue, o lo que fue y no duró, ni ninguna de las posibles combinaciones.
Un beso enorme, guapísima.
09 Octubre 2008, 09:21
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