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Aparentemente nada ha cambiado.

El musgo sigue creciendo entre los huecos de los bancos de hierro colado; tal vez porque la gente sigue prefiriendo sentarse en los pequeños poyetes que dan a las escaleras, viendo así quién llega.

Los conserjes pasean sus uniformes azules por los pasillos, abriendo y cerrando puertas como si nunca hubieran dejado de hacerlo.

El dependiente de la tienda de chuches se ha dejado perilla, pero sigue sin sonreír cuando te atiende.

Los profesores siguen llegando sistemáticamente tarde y los mandamases siguen culpando al plan Bolonia hasta de la muerte de Manolete…

Nadie diría que hubiera pasado todo un curso.

Yo, sin embargo, siento como si me hubiera pasado por encima.

Y puede que no tenga por qué preocuparme…. quizá sólo haya sido uno de esos lunes…

… o puede que sí tenga que hacerlo.

Esta tarde me he dado cuenta de que ayer ni siquiera me fijé en los árboles…

(…)