‘Conozco el poema. Es como un puñal que te atraviesa cuando ves cómo te has prostituido’.
5 de la mañana. A tientas enciendo la luz de mi mesita, que esta noche no molesta a nadie. Incluso Brow, que normalmente ocupa el lado de Nacho cuando éste no está, ha decidido esta vez dormir bajo la cama. Abro el cajón de arriba y de algún modo me las apaño para sacar el penúltimo paracetamol que queda en el blíster y abrir la botella de agua para tomármelo.
Me miro las manos. Los dedos hinchados y torpes, como cuando inflas un guante de goma y no dejas escapar el aire para ver cómo se mueven. Sólo a uno de ellos le ha sentado bien el cambio. La inflamación debe haber hecho que la piel se estire. Incluso los cardenales que aún persisten parecen más pequeños esta noche.
Y ahí está. Mi nueva cicatriz. Perfectamente legibles, desde el comienzo de la muñeca, alineadas con mi dedo pulgar y ligeramente inclinadas hacia la derecha, tres palabras: no te salves.
En unas horas la inflamación habrá bajado y el dolor habrá remitido un poco. O eso espero. En unas horas más estaré yendo sola al Virgen del Rocío.
Y aún me quedarán dos noches más como ésta.
Y tan cierto como que no todos elegimos salvarnos, lo es que no siempre podemos escoger nuestras cicatrices.
Y ahora que los lazos ya no unen nunca a nadie
Ahora que no confiaré ya nunca más en nadie
Me necesitas sólo por los ojos
A mí ya no me llames