Escrito por: Bloody el 14 Jul 2008.
Una de las pocas cosas que echo de menos de mi primera casa es el patio. Era pequeño, tan sólo 50 metros cuadrados, con muros blancos que lo separaban de los patios vecinos. Y en cada muro, una trepadora distinta.
El muro de la derecha estaba completamente tapizado por un jazmín que plantamos nada más mudarnos y que había que podar cada otoño. Por esas fechas se volvía tan salvaje que cuando llovía el peso del agua hacía que se doblara como los juncos. Me encantaba salir al patio por las mañanas y encontrar la mitad del césped nevado de pequeñas flores blancas. Y el olor a jazmín que lo inundaba todo en las noches de verano, cuando me quedaba horas mirando las estrellas echada en la tumbona.
El muro de la izquierda estaba cubierto por una (falsa) parra. Cuando la sembramos apenas me llegaba a las rodillas, pero en un año había extendido sus ramas duras y flexibles, enredando sus anillos donde podía y dejando claro de quién era aquel muro. En otoño se vestía de rojo, para luego quedarse sólo con sus ramas desnudas durante todo el invierno, y rebrotar con fuerza en primavera. Y cuando lo hacía, era increíble y precioso. Pocas veces he tenido una planta tan fuerte como aquella…
Lo cierto es que si hago memoria creo que recordaría todas y cada una de las plantas que he sembrado: el romero, el tomillo, el orégano, la albahaca, los guisantes, los pensamientos, los kalanchoes, el papiro, los geranios…
Aunque mi favorita era el pimentero enano, con sus flores blancas y sus frutos amarillos, anaranjados y, por último, rojos. Era como un árbol en miniatura, con su tronco leñoso de 6 años. El verano que se secó, la dejé en la maceta, porque me daba pena tirarla. Luego llegó mi madre y lo hizo por mí, sin preguntar. Y es que así es ella. Siempre dispuesta a deshacerse por ti de lo que ella considera inútil, sin contemplaciones. Lo quieras tú o no. Después puedes enfadarte, que con un «yo que sabía…» se quita cualquier muerto de encima.
Me encantan las plantas, sobre todo las que siembro yo misma. Me gusta ver cómo la tierra comienza a levantarse, cómo asoma el primer brote, cómo busca la luz, cómo crece cuando empieza a hacer calor. Me gusta ver cómo una pequeña semilla se convierte en algo tan fuerte y tan desprotegido a la vez como una planta…
(…)
La otra cosa que echo de menos de mi antigua casa, sobre todo en esta época, son los gorriones. Solían anidar en la salida de aire de nuestro cuarto de baño, y era bastante frecuente que algún pollo se cayera a la rejilla que había justo encima de nuestra bañera. En ese caso tenías dos opciones: dejarlo piar hasta que se callara, o quitar la rejilla, recogerlo y criarlo.
Con el tiempo, he ido perfeccionando mi técnica por el método de ensayo y error, y he sacado adelante a no pocos polluelos: una manopla de horno (para los que aún no tienen plumas), palillos romos, papillas, huevo duro, alpiste pelado y mucha mucha paciencia.
Me encantan los gorriones. Me gusta cuando acaban de salir del huevo, y apenas se sostienen derechos. Me gusta cuando empiezan a crecer y el cuerpo se les llena de cánulas de las que les saldrán las plumas, y los ojos se les van abriendo poco a poco y el pico se les va formando hasta que les desaparecen las boqueras. Me gusta cuando me ven acercarme y comienzan a piar pidiendo comida. Me encanta verlos aletear por primera vez, cuando descubren, supongo, que pueden volar. Y me encanta que me reconozcan y que vengan volando hasta mi hombro.
Luego, cuando les has cogido cariño, llega el momento de soltarlos, y sólo te queda confiar en que tengan suerte…
Al mudarnos a mi antiguo piso, tuve que renunciar a las dos cosas. El Nota se come cualquier planta que dejes a su alcance. No quiero ni imaginar lo que haría con un gorrión en casa.
(…)
Hace unos días vinieron a arreglar el calentador de nuestro nuevo piso. Se apagaba cada vez que te metías en la ducha. Al comprobar que todo lo demás funcionaba correctamente, dijeron que el problema podía ser una obstrucción en la salida de aire. Y efectivamente había una obstrucción. Se ve que el calentador hacía años que no se usaba, así que los gorriones habían anidado en el tubo durante unas cuantas primaveras. Había restos de unos 5 nidos y en el último, unos cuantos polluelos muertos, probablemente asados (literalmente) al encender nosotros el calentador.
Cuando llegan estas fechas no puedo evitar acordarme de todos los gorriones que he criado. Y al meter en una bolsa de basura el nido con los polluelos muertos me di cuenta de cuánto lo echaba de menos.
Quizá para compensar, esa misma tarde -aprovechando que El Nota se ha quedado a vivir con Chema- compramos esta preciosa gardenia, con sus hojas oscuras y brillantes, cuajada de capullos que en unos días se han ido abriendo poco a poco dando flores blancas y dulces.
Espero que se adapte bien a su nueva casa. La luz es perfecta y no hace demasiado calor, aunque eso no garantiza nada.
Habrá que esperar. Todos los cambios llevan su tiempo.