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Hace poco, a raíz de un comentario en uno de mis relatos, me di cuenta de que desde que me apunté al Club de los Jueves había dejado a un lado cualquier amago de escribir sobre mi vida. Y no es que no me pase nada últimamente. Quizá se trate de todo lo contrario, que mi vida es tan distinta a la que era hace un año, que no sé ni por dónde empezar.

Por ejemplo, el verano pasado Chema era mi pareja y mi mejor amigo. Ahora mi pareja es Nacho. Y Chema, ‘Danny’. Y eso descoloca y mucho. Descoloca porque cuando cambian las personas, lo hacen las actitudes, inevitablemente. Descoloca porque las palabras se vuelven afiladas cuando se usan para sacar a la luz cosas que ya no pueden cambiarse. Descoloca el tono cuando no es al que estás acostumbrada. Descoloca necesitar a alguien sabiendo que el sentimiento no es mutuo.

Y entiendo que todos esos cambios que tanto me descolocan formen parte de una adaptación que yo he provocado. Que no puedo pretender que las cosas sólo cambien según me convengan. Pero saberlo no lo hace más fácil.

Este verano lo he pasado a caballo entre Madrid -abusando de la hospitalidad de los amigos- y Sevilla -entre mi antigua y mi nueva casa-. Y a ratos ha sido como ver mi vida desde fuera. Mi vida sin mí. Y me he dado cuenta de muchas cosas, algunas que realmente me hacía falta entender, y otras que simplemente duelen.

Me he dado cuenta de que soy capaz de dormir sola.
Me he dado cuenta de que ir al cine acompañada no está tan mal (incluso si la peli es francesa).
Me he dado cuenta de que, a efectos prácticos, mi hermano es hijo único.
Me he dado cuenta de que echo más de menos a mis gatos que a muchas personas. Y que me da igual.
Me he dado cuenta de lo fácil que es perdonar cuando ya no duele. Y de lo difícil que es perdonarse cuando no hay nada que salvar.

Hace un par de noches un amigo me dijo algo sobre lo que he pensado mucho últimamente:

‘Eres demasiado transparente y la gente se folla la transparencia’.

Sé que tiene razón. Lo malo es que saberlo no sirve de nada cuando se trata de algo que no puedes evitar. Y así me va, porque hay personas con las que, por más que lo intente, no puedo ser de otra manera. No puedo guardarme nada. Y me siento completamente expuesta. Y estúpida. Y débil. Y es una mierda sentirse así.

Por eso he pensado que, de momento, puede que lo que necesite sea conseguir que las cosas me importen menos. Porque alguien no te falla (con a) si no esperas nada de él. Por otro lado, no sé si alguien de quien no esperas nada puede ser realmente un buen amigo.

Al final Gunilla va a tener razón: «Los amigos de verdad son los que se van de fiesta contigo, no los que vienen a contarte sus problemas…»

Supongo que yo también necesito adaptarme.

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Escrito por: Bloody el 02 Jun 2008.

Llegamos demasiado pronto, como siempre, pero era la primera vez que íbamos allí y queríamos estar seguros de encontrar el sitio. El restaurante era más grande de lo que parecía al entrar, la iluminación era suave y las mesas no estaban demasiado juntas. Escogimos una de las del fondo, junto a una recargada pared que nos recordaba que aquello era un italiano, y nos sentamos uno frente al otro, sonriéndonos y haciéndonos a la nueva situación.

Cuando la camarera trajo las bebidas, levantamos las copas y brindamos. Él brindó por mí, por mi nueva vida, porque todo me fuera bonito. Y aunque me había propuesto no llorar, no pude evitar hacerlo mientras trataba de dar un sorbo a mi copa.

Yo brindé por nosotros, porque nunca perdiéramos lo que quiera que fuese que hacía de la nuestra una relación tan especial. Aunque apenas pude acabar la frase. Lo miraba y lloraba. Lo miraba de nuevo y sonreía. Y mientras los kleenex se volvían negros por el rimel, él seguía mirándome como si no existiese nadie más en el mundo. Como siempre.

Luego llegaron los entrantes y con ellos las palabras. Palabras guardadas desde hacía demasiado tiempo. Explicaciones que nunca nos dimos ni nos pedimos y que habían perdido ya su razón de ser. Sentimientos que barrimos bajo la alfombra para que no dolieran pero que no por ello habían desaparecido.

Y mientras hablábamos, él me tendió la mano sobre el mantel, en un gesto que ofrecía mucho más de lo que cualquiera que nos observara podría imaginar. Y al cogerla me di cuenta de cuántos pequeños gestos iban a dolerme a partir de entonces. Y como si me hubiera leído el pensamiento, me contestó mientras se tocaba el anular desnudo «La he guardado en la cajita de madera, junto a la tuya. Lo entiendes, verdad?»

Entonces recordé una viñeta que recorté hace tiempo de alguna revista, y que aún debo tener por ahí guardada. En ella se veía una pareja sentada a la mesa de un restaurante. Él era un sapo, con el cuerpo lleno de tiritas. Ella un puercoespín. Y ella lloraba mientras él decía «Es así, Sylvia, lo nuestro es imposible…»

Y ese momento supe por qué lloraba Sylvia.

Y la camarera, el restaurante, la pasta… todo desapareció. Sólo quedábamos nosotros, cogidos de la mano, recordando los buenos momentos. Y en ello estábamos cuando la voz de nuestra hija y su «Te quiero mucho, mami» nos devolvió al presente. Me disculpé por no haber puesto el móvil en silencio, pero él le restó importancia. «No te preocupes… anda, léelo». Y al leerlo no pude evitar sonreír. Y cuando levanté la vista vi que también él sonreía, aunque la suya era una sonrisa diferente. Una sonrisa de «te voy a echar de menos». Una sonrisa de «ojalá seas muy feliz».

Así que dejamos los recuerdos a un lado para hablar de futuro, de un futuro distinto al que tantas veces habíamos planeado. Y me aconsejó que no escuchara a la gente, que fuese a por todas porque merecía la pena. «Va a salir bien, estoy seguro». Y los dos sabíamos a qué se refería. Y me deseó toda la suerte del mundo. Y me recordó algo de lo que siempre he estado absolutamente segura, me recordó que podía contar con él.

Cuando acabamos de cenar volvimos juntos a casa, paseando, decidiendo cómo íbamos a contárselo a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestra hija. Kike nos esperaba haciendo de canguro de Paula. Y a su «Qué tal? Cómo lo habéis pasado?» le respondimos con un «Ven, siéntate. Tenemos que contarte una cosa…».

Sé que cuando una pareja se separa, los amigos tienden a elegir con cuál de los dos se quedan, como si lo que hasta entonces había sido un equipo, ahora fueran dos bien diferenciados y enfrentados entre sí.

En este caso si alguien siente la necesidad de posicionarse, lo va a tener bastante difícil. Porque aquí no existen dos equipos. Y aunque los dos sabemos que habrá cosas que tendrán que cambiar necesariamente, también tenemos muy claro que otras, las importantes, no lo harán…

…como el restaurante. La próxima vez vamos al de siempre 😉

(*) No he encontrado la viñeta original. Este dibujo no es más que un detalle de una copia que hice hace años.

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Escrito por: Bloody el 27 May 2008 –

«Porque la libertad es muy dolorosa a veces, y cuando eliges ser libre renuncias también a una parte importante de tu vida. Lo que podría haber sido tu vida en caso de elegir una opción diferente… Y es que en el fondo también se puede ser esclavo de la libertad…»

Hace unos meses, al entrar en La Comunidad, me encontré con estas palabras en un post de Mariajo. Recuerdo haberme sentido golpeada por ellas, como cuando oyes a alguien hablar de ti sin saber que estás escuchando y buscas un espejo y te ves en él con ojos prestados.

(…)

Hoy he vuelto a leerlas y han vuelto a sacudirme. Y he pensado en lo difícil que resulta elegir, cuando elegir significa renunciar, no a una posibilidad sino a algo real.

Y es que renunciar a algo seguro por algo incierto es siempre una apuesta arriesgada. Doble o nada. Y al apostar debes tener claro que tus elecciones no garantizan en modo alguno que los cambios vayan a ser para mejor. Más cuando eres perfectamente consciente de que vas a desordenar la vida de las personas que más quieres, decepcionando a algunas e hiriendo a otras, aunque eso sea lo último que querrías hacer…

Porque debe haber pocas cosas peores que darte cuenta de que tu vida va a cambiar irremediablemente porque otra persona así lo ha decidido, y no hay nada que tú puedas hacer para evitarlo. Despertarte y sentir que tu vida es como un libro abierto por una página al azar, en el que no te enteras de nada. Y darte cuenta de que los siempre y los nunca dejan de tener significado.

Y es que hay situaciones que son insostenibles. Y mirar para otro lado no hace que los problemas desaparezcan.

Puede que me esté equivocando o puede que no. Ahora debo ser consecuente con mis decisiones y tratar de hacer las cosas lo mejor posible para que los daños colaterales sean los mínimos.

No sé si yo seré o no esclava de mi libertad. Pero tengo muy claro que si tengo algo de lo que arrepentirme dentro de un tiempo, no será de no haberlo intentado.

‘Cuidándote’ / Bebe.

‘Cuidándote’ / Bebe.

Despacito cuando tú dormías
ella te hablaba, te preguntaba, te protegía
Ella prometió darte todo
pero sólo pudo darte lo que tuvo
Y para ti lo mas hermoso
era amanecer junto a sus ojos
iluminando el mundo.

Pero los pájaros no pueden ser enjaulados
porque ellos son del cielo, ellos son del aire
y su amor es demasiado grande para guardarlo

Volaste alrededor de la luna con ella
le pediste que nunca se fuera
y ella respondió:
‘mi amor siempre estará. . . cuidándote’

Y la dejaste volar
y tus ojos lloraron hasta doler
pero sólo tú sabías
que así tenía que ser
que así. . . tenía que ser. . .

(*) Más coplillas pinchando aquí.