Seis Grados de Separación.


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¿Cómo puede gustarle un tipo que dice «fackscinante»? (‘Delitos y faltas’).

¿La buena ortografía es sexy?

Con esta pregunta se despachaba un bloguero al que sigo, un tío que escribe mejor que quiere, en una suerte de regalo envenenado que ha llegado hasta mi otro blog.

Dejando a un lado el tema ‘premios’ y el tema ‘meme’, que son dos cosas que no me van demasiado de este mundillo virtual, la pregunta, he de reconocerlo, ha estado rondándome desde que la leí.

Lo primero que me vino a la cabeza, y a quienes me conocen no les sorprenderá lo que voy a decir, fue un SÍ enorme. Un SÍ afirmativo, rotundo, que no por ir en mayúsculas (en mi cabeza a veces las palabras se visten así) dejaba de llevar su correspondiente tilde diacrítica. Un SÍ tan, pero tan obvio que no requería de explicación alguna.

La buena ortografía es MUY SEXY. Para mí.

Luego seguí dándole vueltas y me puse a pensar en la cantidad de normas ortográficas que me paso yo por el chichi a lo largo del día…

Para empezar, escribo sólo los signos interrogativos y exclamativos que cierran. Prácticamente nunca los que abren. Y los exclamativos, para más inri, los pongo al revés. Podría culpar de ello a mi amigo JA¡ (al que sigo echando terriblemente de menos. Te echo de menos, JA¡), que me pegó la costumbre. Pero lo cierto es que, además de porque me acuerdo de él siempre que escribo gracias¡¡¡ o por fin¡¡¡ o cualquier otra cosa igualmente importante, si pongo un «¡» al final (quien dice uno…) es básicamente porque soy mu’perra y para poner «!» tengo que pulsar dos teclas en vez de una.

Porque sí. Soy mu’perra. Y andaluza. Piojosa para más señas. Y a diferencia de otros hispanoblantes, más correctos ellos, no suelo decir muy ni para ni todo. Y como esto es un blog personal y a mí me gusta escribir con el menor número de filtros posibles, a veces acabo escribiendo tal y como lo pienso, sin pasar por la casilla de salida. De ahí mis mu’ y mis pa’ y mis to’ y tantas otras palabras tuneadas que no encontraréis en el DRAE por mucho que las busquéis.

Qué más, qué más… las expresiones. Hay expresiones que, ya sea porque las dicen así por aquí (el sur) y me parecen simpáticas, ya porque me recuerdan a alguien en particular, las escribo / digo mal. Adrede. Como mi correo pormeuncocacola@gmail.com. O como asín es. O como nesecito o censillo, que es una cosa mu’típica del Campo de Gibraltar (cambiar las eses por las ces y al contrario) y que a mí me encanta muchísimo. O como poner me encanta muchísimo que es redundante y no es correcto, pero que me recuerda a alguien a quien quiero bastantillo. O como escribir palabras en inglés, que no tienen razón de ser pero que a mí me gusta usar (léase so o anyway de las que tanto abuso). O peor aún, como transcribirlas del inglés y agarrarme a ellas como si no tuvieran equivalente en español (como jani, ofkórs o zanks por nombrar algunas). Como cuando le pregunto al Escocés por wasap si ti or cofi, que lejos de ser una invitación a merendar lo es a cruzar la calle y venir a aguantarme un rato.

Anyway, y volviendo al tema del post, a pesar de la cantidad de patás que le doy al diccionario día sí, día también, lo cierto es que a mí la buena ortografía me pone. Como me ponen las barbas en los hombres o la piel tirando a negra mate (ahí no discrimino por sexo) o el sentido del humor absurdo o la capacidad de reírse de uno mismo/a. Me pone, qué le voy a hacer, cuando alguien me deja un comentario o me manda un wasap con todas sus tildes. Y me deja de poner cuando va y la caga poniéndole tilde a ésto o a  (¡¡¡) o se despacha con un haber (en lugar de a ver). Porque un haber si nos vemos es un cortapunto lo mires como lo mires. Como irte a la cama con un tío y que se deje puestos los calcetines de ejecutivo. O cotillear su estantería y toparte con Bucay. O con Coelho. No offense.

(…)

Había más preguntas, lo sé, pero me parecían todas demasiado difíciles para contestarlas así, a pelo (a qué personaje (<–singular) de ficción me llevaría a la cama? no valen tríos? 😀 ). Nominar 11 blogs, ni te cuento. Si a eso le sumas que a mí a procrastinadora no me gana nadie (seis meses… juas, juas. Aficionado¡), ni siquiera voy a fingir que voy a seguir las reglas esas de las que hablas…

En vez de eso, si no te parece mal, voy a guardarme el resto de preguntas e iré contestándolas cuando me vaya viniendo en gana. Y desde este blog. Pa’terminar de despistar 😎

Pero sí. Muy sexy.

Me pienso la del personaje de ficción 😉

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Aunque se deja acariciar, Roma mantiene sus enormes ojos amarillos bien abiertos mientras mis dedos se mueven lentamente por su cuello. Pero que se deje acariciar ya es un avance.

Roma

El jueves se pasó el día atrincherada bajo la cama, como solía hacer cuando el hijo de su anterior dueña la buscaba para pegarle. Yo había preparado el cuarto de Paula para ella. Había recogido los trastos, le había puesto un bol con agua y otro con comida jugosa, nada de pienso seco, y había encendido el radiador al máximo una hora antes de que llegara, aunque luego lo dejé al mínimo para que mantuviera el sitio caldeado pero sin asfixiarnos. También extendí una manta polar sobre la colcha, porque a mis gatos les gusta acurrucarse en ellas. Pero ya se sabe…gato escaldado de agua fría huye. Y Roma, por si las moscas, prefiere tumbarse sobre la caja de plástico duro que hay bajo el somier, la misma que antes estaba llena de barbies desnudas y despelucadas – como las prefería Paula cuando aun jugaba con ellas. No intento hacerla salir. La dejo estar. No ha tenido precisamente una vida fácil hasta ahora y sólo tiene 5 meses. Nadie podría culparla por huir del agua, por muy fría que ésta esté. Y de repente, como si acabara de decidir que no tiene nada que temer, se sube a la cama y se hace un ovillo a mi lado. Y nos dormimos las dos.

Es viernes. Tumbada panza arriba sobre mi sudadera, el ronroneo de Roma me cuenta que necesita volver a confiar. Vivir con miedo un día sí y otro también debe resultar agotador. Me acerco a su oído y le hablo muy flojito. Le cuento lo preciosa que es, como si no lo supiera ya. Le explico que Brow sólo quiere conocerla y por eso ladra y rasca y resopla por la rendija de abajo cuando entro a verla a ella. Cuando se canse, se quedará tumbado cuan largo es, apostado al otro lado de la puerta, suspirando y esperando a que abra para meter el hocico y olfatearla, aunque sea de lejos.

(…)

La historia de Roma es complicada. En su día estuve a punto de escribir un post para buscarle dueño, pero no sabía cómo enfocarlo. Su adopción corría prisa, sí, pero no había manera de explicar por qué sin meterme en camisa de once varas. Porque el hombre que la maltrataba no era un maltratador propiamente dicho, ya que no era dueño de sus actos cuando lo hacía. Pero ese matiz a la mayoría de la gente le habría dado igual. La mayoría habría concluido que si su madre tuvo que amenazarlo con un cuchillo para que no estrangulara a su gata, igual es porque era una hijo de la gran puta. Aclarar que tenía esquizofrenia sólo habría servido para afianzar aún más el estigma sobre las personas con trastorno mental, como si no tuvieran bastantes piedras ya sobre sus tejados.

DSC_0844-002En mis dos años de prácticas trabajando con personas con trastorno mental grave he visto muchas cosas y he conocido a mucha gente. Enfermos con distintas patologías y sus familiares. Madres sobre todo. Las he visto llorar, las he oído desahogarse, he sido espectadora de su rabia, de su impotencia. Y eso sólo es la superficie. Y es que si cualquier otra discapacidad mueve a la empatía, la enfermedad mental provoca miedo y rechazo. Mejor dicho, el desconocimiento sobre la enfermedad mental, esa etiqueta tan amplia, más cada vez, lo provoca.

Estos días junto a Roma pienso mucho en su antigua dueña. Mi veterinaria me cuenta que la llama a menudo para ver cómo está. Y aunque ambas coincidimos en que ha hecho lo mejor, a mí me parte el alma imaginar el vacío que debe sentir en su interior. Su gata era su única compañía. Renunciar a ella y exponer a su hijo al juicio silencioso de unos desconocidos ha debido ser cualquier cosa menos fácil. La imagino echándola de menos desde que se levanta hasta que se acuesta. La imagino preguntándose por qué a ella y acto seguido la imagino sintiéndose culpable por pensarlo. Es su hijo. Que no pueda llegar hasta él, que no logre entender por qué hace lo que hace, no cambia ese hecho. Pero esto… ¿a quién le hablará ahora? ¿a quién acariciará cuando se sienta sola?

(…)

DSC_0872-001Es domingo por la mañana. Un domingo de un azul perfecto que me recuerda que la primavera está ya a la vuelta de la esquina. Pero hoy ni siquiera eso podría estropearlo. En la habitación de Paula, Roma vuelve a ser gata. Escondo mi mano bajo la sudadera y ella la ataca. Maúlla exigiendo mimos. Juega con el cordón de mi pijama. Se enfada cuando decido cortarle las uñas. Tolera la presencia de mis gatos en la habitación, aunque marcando las distancias. Salvo, más confiado, se tumba a su lado y la olfatea. Se lleva un cate rápido y seco. La siguiente vez que se sube a la cama, lo hace dejando medio metro entre ellos. Que corra el aire. Roma lo mira. Con el tiempo, si lo hubieran tenido, se habrían vuelto inseparables. Se habrían lavado mutuamente durante horas y se habrían quedado fritos acurrucados el uno junto al otro.

Ni que decir tiene, ahora me arrepiento de no habérmela quedado cuando podía. Ahora, que está to’l pescao vendío… Ser familia de acogida es muy duro. Ahora lo sé. Aún así, saber que la semana que viene estará en casa de su nueva familia y no necesitará volver a esconderse bajo ninguna cama no parece el peor de los finales posibles. De hecho, parece el mejor los principios.

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‘El Alzheimer borra la memoria, no los sentimientos’ (Pasqual Maragall).

La habitación no es muy grande, tampoco pequeña. A la derecha, una cama individual  perfectamente vestida y una mesita de noche. A la izquierda un armario hasta el techo y un pequeño escritorio color miel bajo el que se oculta un discreto cajón de arena. En el centro, una puerta de cristal cubierta por una cortina anaranjada da paso a una terracita individual a la que asomarse ahora que viene el buen tiempo.

Por lo demás, salvo un par de zapatos y una camita de espuma, no hay objetos personales a la vista. Ni fotos, ni cuadros, ni libros. Lo que no deja de tener sentido cuando estás convencida de que no has venido aquí para quedarte.

El 27 vuelvo a mi casa, ¿sabes?

Aun sintiéndome  como una mierda por estar ahí, sosteniéndole la mirada mientras la oigo describir la que sin duda fue una casa preciosa a la que me consta que no volverá, aprovecho un silencio que queda suelto para redirigir la conversación. Sonriendo, le pregunto por la preciosa gata que me ha hecho recorrer más de 900 kilómetros y perderme este soleado martes de feria 😎

Liuma se viene conmigo, por supuesto.

Su respuesta no guarda relación alguna con mi pregunta, pero vuelvo a asentir mientras ella se gira para coger a la gata que, curiosa, se ha subido a la cama e inspecciona mi mochila con su chata nariz.

¿Le importa si les hago una foto a las dos juntas?

Liuma.Con una mezcla de tristeza y ternura la observo a través del visor. Su sonrisa mientras la besa contrasta con la cara de enfado de Liuma. Normal. Tampoco yo estaría dando botes si fueran a inmortalizarme así, pelada como un caniche, cuando hasta hace una semana había sido una elegante gata persa color crema.

Liuma significa hoy. 

Tras los cristales de sus gafas, sus ojos me recuerdan a los de mi abuelo. El mismo tono azul-acuoso. La misma necesidad de ser mirados.

– El Barah, ayer.

Me quedo un rato más. El suficiente para escuchar hasta tres veces la historia de los muchos años que vivió en Marruecos, de sus viajes en coche de Algeciras a Barcelona, de cómo Liuma llegó a su vida.

Liuma, hoy. El Barah, ayer – repite orgullosa, sosteniendo entre sus manos el presente en forma de gata.

Y mientras trato de mostrar el mismo interés en mis gestos que la primera vez que lo escuché hace apenas media hora, noto cómo mis prejuicios a la hora de juzgar a las personas en función de cómo tratan a los animales cobran fuerza irremediablemente…

(…)

Cuando nos propusieron elegir tema para el trabajo fin de grado, reconozco que el de maltrato a personas mayores no estaba entre mis finalistas. Por otro lado, y eso sí lo tenía claro, quien quiera que fuera a tutorizar mi trabajo debía ser alguien capaz de darme la suficiente correa como para ir a mi aire; y el profe que ofrecía el trabajo sobre maltrato a mayores lo parecía.

Finalmente decidí priorizar el tutor sobre el tema y empecé a recopilar información sobre el maltrato en la tercera edad, sintiendo que me adentraba en un mundo paralelo y espeluznante que jamás imaginé que pudiera existir…

Afortunadamente la correa que me ha dado ha sido más que suficiente y he podido, sin perder de vista a la tercera edad, cambiar el tema del maltrato por uno bastante más bonito:  la importancia que tiene para una persona mayor, a la hora de ingresar en una residencia, el poder llevar a su mascota consigo.

De momento he encontrado una residencia privada en Barcelona, sólo una, en la que entienden algo tan obvio, al menos para quienes no concebimos la vida sin un bicho al lado, como que alguien que haya compartido los últimos años de su vida con un animal se resista a desprenderse de él.

Una residencia donde una señora de pelo gris y ojos azul-acuoso, que comparte una habitación color miel con su gata color crema, no sólo me regaló parte de su mañana, sino que me reveló algo que de no ser por ella ahora no sabría. Que Liuma significa hoy.  

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Desde que nos cambiaron los horarios, el único día en que sigo yendo al cole en metro es el jueves.  Un motivo más para que los jueves pasaran a ser el mejor día de la semana.

La verdad es que este curso estoy echando de menos muchas cosas respecto al pasado y caminar sin prisas hacia la estación es una de ellas. Eso hace que los jueves me tome mi tiempo, que me fije más si cabe en las cosas pequeñas, comprobando que no falte ninguna.

Por eso, cuando hace cosa de un mes vi que la papelería -ésa en la he entrado tantas veces a comprar cualquier pamplina sólo por curiosear las cosas tan bonitas que tenían- estaba cerrada, me dio mucha pena.

Me gustaba ver al dueño cada mañana, acodado en la puerta, fumándose su cigarro y observando a la gente, como yo.  No es que fuera especialmente simpático, pero era educado y me caía bien.

Hace poco, una tarde en que fui a recoger a Paula del kárate, vi que habían abierto una nueva librería, más pequeñita, en la calle del Dojo. No recuerdo qué necesitaba comprar, pero recuerdo que dudé si entrar o no. Al final concluí que no por hacerle el boicot a ésta iban a reabrir la otra… y entré.

Cuando lo vi allí de pie, detrás del mostrador, me dio tanta alegría que no pude evitar decírselo…

Disculpe, usted es el dueño de la papelería tal, verdad?

Sí, es que nos hemos trasladado.

Pues me alegra un montón que se haya quedado en el barrio, pensé que habían cerrado y la verdad es que me dio mucha pena…

Me fije entonces mejor en la nueva papelería. Era más pequeña, sí, pero igual de bonita. Compré lo que necesitaba y salí de allí con una sonrisa en la cara…

Más tarde me enteré de que en la antigua papelería habían abierto un local de productos ibéricos. Pero ahora ya no me importaba tanto aceptar que cuando pasara no encontraría a aquel señor alto, con gafas y barba, siempre tan bien vestido, acodado en la puerta fumándose su cigarro.

(…)

Hace un par de días, el Escocés me contó, en inglés para que Paula no se enterase, que habían cerrado la nueva papelería, la pequeñita. Por lo visto el dueño se había volado los sesos allí mismo.

Supongo que será cuestión de tiempo que comiencen a circular rumores sobre los porqués. Yo, francamente, no quiero oírlos.

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Escrito por: Bloody el 07 Jun 2009.

Con A., los planes siempre están en el aire. Con el tiempo, una queda con él sabiendo que hasta última hora puede recibir un sms diciendo que al final no va a poder ir. Reconozco que al principio me molestaba bastante, pero después de 5 años me fui acostumbrando, o igual simplemente dejó de importarme tanto, no lo sé. Lo que sé es que hace un par de noches decidí tomarme las cosas con la misma calma que él, a ver qué pasaba… Image and video hosting by TinyPic

Y es que el viernes, después de un montón de tiempo sin vernos, habíamos quedado. Bueno, ellos (A., Jose y el canijo) habían quedado, y yo me autoinvité . Normalmente soy muy puntual, incluso tengo por costumbre llegar antes de tiempo, pero esta vez salí de casa sin prisas, dispuesta a que si a alguien le tocaba esperar, por una vez ese alguien no fuera yo.

Supongo que si esa noche hubiera ido con prisas, no habría encontrado un taxi nada más salir del portal, ni habría cruzado Sevilla en 15 minutos. Supongo que si nadie me hubiese estado esperando, el taxista habría llevado puesto los 40 principales, o ese programa deportivo en el que Leticia Sabater trabaja como tertuliana y yo habría acabando pidiéndole que me dejara un poco antes de llegar.

Pero esa noche no iba con prisas, y A. y cía. me esperaban para tomar unas tapas y unas copas. Probablemente por eso di con un taxista con el que habría podido estar hablando una hora si no hubiese tenido otros planes -y eso que, como ya he dicho alguna vez, yo no suelo buscar conversación en los taxis. Y precisamente eso estábamos haciendo, hablar y escuchar música de la buena, con el taxímetro parado desde hacía por lo menos 10 minutos, cuando me llamaron por primera vez para saber dónde estaba. Sólo cuando me llamaron por segunda vez porque no me veían, caí en la cuenta de que no les había dicho que estaba en el taxi aparcado justo enfrente.

Pues eso, Javier, que muchísimas gracias por la conversación (que estuvo muy lejos de ser una conversación de ascensor), por la estupenda selección musical que te marcaste , y por hacerme sentir un poquito menos bicho raro…

Espero que, si lees esto, te guste la traducción (como verás, al final el título no era ‘advertage’, jeje).

(Como siempre, han desactivado el vídeo, pero yo os dejo el enlace igual, pa’que os paséis a echarle un vistazo… así podréis entender los comentarios que dejo al final)

Y si no queréis, con darle al play…

‘Advertising space’ / Robbie Williams.

‘Advertising space’ / Robbie Williams.

There’s no earthly way of knowing
What was in your heart
When it stopped going
The whole world shook
A storm was blowing through you

No hay forma de saber
Lo que sentiste
Mientras tu corazón dejaba de latir
El mundo entero se estremeció
Se formó un revuelo en torno a ti.

Waiting for God to stop this
And up to your neck in darkness
Everyone around you was corrupted
Saying somethin’

Y mientras te hundías en la oscuridad
Esperando que Dios parara todo esto
Los que te rodeaban se dejaban corromper
Contando cualquier cosa

There’s no dignity in death
To sell the world your last breath
They’re still fighting over
Everything you left over

No hay nada digno en la muerte
Como para vender tu último aliento
Y ellos siguen peleándose
Por tu legado

I saw you standing at the gates
When Marlon Brando passed away
You had that look upon your face
Advertising space

Cuando Marlon Brando murió
Te imaginé esperándolo en la puerta
Tenías esa expresión en la cara
Espacio para la publicidad

And no one learned from your mistakes
We let our profits go to waste
All that’s left in any case
Is Advertising space

Y nadie aprendió de tus errores
Dejamos que lo que habíamos aprendido se desperdiciara
Y lo que queda después de todo
Es un espacio para la publicidad.

Through your eyes
The world was burning
‘Please be gentle
I’m still learning’
You seemed to say
As you kept turning up

A través de tus ojos
El mundo era excitante
‘Por favor, no seáis duros
Aún estoy aprendiendo’
Parecías decir
Mientras te subías el cuello de la camisa.

They poisoned you with compromise
At what point did you realise
Everybody loves your life
But you

Te corrompieron con compromisos
En qué momento te diste cuenta
De que a todo el mundo le encantaba tu vida
Menos a ti?

A special agent for the man,
Through Watergate and Vietnam,
No one really gave a damn
Do you think the CIA did?

Agente especial para el hombre
Durante el Watergate y Vietnan
A nadie le importó una mierda
Crees que a la CIA sí?

I saw you standing at the gates (…)

Cuando Marlon Brando murió (…)

And no one learned from your mistakes (…)

Y nadie aprendió de tus errores (…)

I saw you standing at the gates (…)

Cuando Marlon Brando murió (…)

And no one learned from your mistakes (…)

Y nadie aprendió de tus errores (…)

I’ve seen your daughter
Man, she’s cute
I was scared but I wanted to
Boy, she looks a lot like you.

He visto a tu hija
Tío, es mona.
Estaba asustado, pero quería verla
Chico, es clavada a ti.

(*) Más traducciones pinchando aquí.

Aclaraciones sobre la traducción.

1. Buscando por ahí en foros y demás, el significado de la canción, encontré estas dos respuestas, y no puedo evitar citarlas aquí:

DM- «It’s a song about the love of his life. (Himself).» / «Trata sobre el amor de su vida . (Él mismo)».

Toni Ferrino- «I think it’s a savage indictment of the evils of consumerism and the exploitation of The King’s image to sell tat and trinkets, besmirching his good reputation as a musical pioneer and legend. Or it’s an excuse for Robbie to compare himself to someone with talent, and an opportunity for him to wear an Elvis costume in public. » / «Creo que es una crítica feroz sobre el negocio que hay en torno a Elvis y la explotación de la imagen del Rey para vender porquerías y baratijas, denigrando así su buena reputación como pionero y legenda musical. O, puede que sólo sea una excusa para compararse (Robbie W.) con alguien con talento, y ponerse un disfraz de Elvis en público».

Haciendo sangre¡ Twisted Evil

2. Con lo de «Agente especial para el hombre / Durante el Watergate y Vietnam/ A nadie le importó una mierda / Crees que a la CIA sí?» (que dicho así, no parece tener mucho sentido), se refiere a una reunión que mantuvo Elvis con Nixon en la Casa Blanca, en Diciembre del 70, en la que, haciendo alarde de su patriotismo, mostró su desprecio por la cultura hippie de las drogas, criticando especialmente a los Beatles, y confesó, entre otras cosas, que le gustaría ser «Agente especial por libre», e incluso se ofreció a hacerse pasar por hippy infiltrado…Image and video hosting by TinyPic

Kraka¡

(Que no es que lo diga yo, lo dice la Wiki )

Escrito por: Bloody el 11 Dic 2007 –

Ser una persona empática -como ser graciosa, ocurrente o inteligente- es algo que viene de serie. Y como todo lo que no se elige, a veces es un regalo y a veces no lo es tanto.

Un regalo porque eres feliz viendo feliz a los demás, porque sus buenas noticias te alegran el día, porque si ayudas a alguien sólo por estar ahí, te sientes genial. Un regalo porque la gente suele responder, y los que entran en tu vida lo hacen para quedarse.

Y a veces no lo es porque no puedes evitar que todo te afecte, ni involucrarte hasta la médula, y haces tuyas las tristezas ajenas, y lo que a otros les duele, te duele a tí, y lo que les hace llorar, te empapa a tí también. Y querrías poder hacer más de lo que haces, y cuando te das cuenta de que eso no es posible te sientes impotente…

Con todo y con eso, yo no cambiaría mi empatía por ninguna otra cosa (y que conste que no me importaría ser más lista, más ocurrente o más graciosa, eh…). Aunque a veces basten unos minutos con un desconocido para que te contagie su tristeza, y luego la lleves a cuestas todo el día.

Cuando fuí al hospital a recoger los resultados de mis últimos análisis, iba muy contenta. Sabía que todo iba a salir bien. Me veía en aquel pasillo donde había estado tantas veces sin poder moverme, y me parecía mentira poder estar ahora de pie.

Estaba esperando a Chema, que había ido a aparcar, cuando llegó una mujer. Debía tener 50 años, pelo corto, canoso, muy delgada, muy bajita, parecía que fuera a escurrirse entre los que estábamos allí.

Me senté a su lado, y en seguida me preguntó si yo tenía lupus. Me contó que ella también lo tenía, pero que ahora estaba bien, sólo venía a revisión…

Yo pensé que no lo parecía. Parecía un perro apaleao, de esos que te acercas para acariciarlos y se encogen. Las manos le temblaban sin que pudiera hacer nada por controlarlas. Su voz temblaba también y parecía que fuera a romper a llorar de un momento a otro.

En 10 minutos sabía más cosas de aquella mujer que de mi cuñada. Ninguna buena. Me contó que tenía una depresión, y que lo estaba pasando fatal. Intenté consolarla, aunque no sabía por dónde empezar. Y la verdad es que no sé qué le dije, pero de repente sonrió. No fue una sonrisa de anuncio, de hecho fue la sonrisa más rara que he visto en mi vida, como la de un payaso. Pero era una sonrisa al fin y al cabo…

Estaba muy nerviosa, sacó un transilium de un pastillero y me preguntó si yo sabía si las enfermeras le podrían dar un vaso de agua. En ese momento llegaba Chema, así que le dije que no se preocupara y le pedí a él que bajara comprar una botella.

También le ofrecí que pasara delante mía si quería, porque he estado allí muchas veces y sé las ganas que tiene una de volver a su casa cuando siente como si el suelo se abriera bajo sus pies. Me lo agradeció y se lo dijo a la enfermera, que me dedicó una mirada entre interrogante e incrédula.

Al tomarse la pastilla, supongo que debido al temblor de manos, se le derramó un poco de agua por el pecho. Y justo entonces llegó su marido, que estaba aparcando también, un hombre enorme, de pelo blanco, cara congestionada, y pequeños ojos azules.

Ésta fue la conversación:

Él- ¿Qué haces?

Ella (con un hilo de voz como si la hubieran pillado infraganti)- Nada, que estaba muy nerviosa y me he tomado un transilium…

Él- No empieces a montar el número, eh!

En ese instante comprendí muchas cosas. Me dieron ganas de intervenir, de decirle a aquel gilipollas que el único que estaba montando allí el número era él. Y supe quién era el que le hacía sentirse tan pequeña.

Pero me callé, me tragué lo que pensaba y los dejé sentados, ella sola, y él leyendo un libro.

Pasó a consulta antes que yo. Y aún tuvo que aguantar a otro hombre, otro energúmeno, protestando a viva voz de que se le hubiesen colado, argumentando idioteces, una detrás de otra, y haciendo aspavientos. Otro gillipollas, pensé. Parecía que ese día se hubieran concentrado en la planta de colagenosis.

Cuando salió de la consulta, temblando como entró, se paró delante mía – a pesar de que el ogro tiraba de ella- y me contó lo que le habían dicho. Buenas noticias, salvo el tema de la depresión, estaba todo bien.

La felicité y le dije que debía alegrarse, y le hablé de una asociación de lúpicos en la que hay una psicóloga que te atiende totalmente gratis. El marido intervino, hablando por ella, explicándome que a su mujer no le pasaba nada, que lo que tenía que hacer era dejarse de tonterías.

¿No ves la cara de felicidad que tiene?- me soltó.

Encajé el golpe, me mordí la lengua (y probablemente me envenené) y me despedí de ella, deseándole mucha suerte, a pesar de saber que hay gente que nace sin ella.

Gente que ha nacido con mala estrella.

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08 Ago 2007 .

Estaba con su hija en la enorme sala de espera del Hospital Oncológico de día.
Discutía con ella, o más bien era al revés. Era su hija la que le «regañaba» por tener el tono del móvil demasiado alto, aunque se lo decía muy bajito y con dulzura, como se le habla a una niña de 3 años. Sólo que no era una niña, era una mujer de entre 45 y 50 años, bajita, de apariencia frágil, arreglada sin llamar la atención, con cada mechón de pelo en su sitio, la cabeza bien alta y una mirada llena de seguridad.

Yo las observaba en silencio mientras esperaba a que Chema volviera de aparcar, tratando de adivinar cuál de las dos iba a recibir tratamiento.

De repente, una mujer de unos 30 años pasó por delante de nosotras dejando unos papelitos. Yo lo cogí sin saber de qué se trataba, pero ella la miró a los ojos y le espetó: «¡A mí ni se te ocurra dejarme eso, eh!»

Eso hablaba de un niño de año y medio, supuestamente su hijo, con cáncer. Y por supuesto, eso pedía dinero para el tratamiento.

«¡Qué poca vergüenza! A ésta ya me la he encontrado yo por aquí antes. ¿Cómo pueden utilizar una enfermedad como ésta para sacarle dinero a la gente?»

La hija la miraba resignada, sabiendo que su madre no era de las que se callan si tiene algo que decir.

Y nos pusimos a hablar. En las dos horas de espera que había ese lunes para recibir tratamiento, acabé sabiendo más cosas suyas que de mi cuñada en los 5 años que lleva siéndolo. Me habló de su enfermedad, de cómo se le había caído el pelo (llevaba peluca, aunque yo no lo había notado). Me habló de su hija como si no estuviera delante -es muy lista pero también muy floja- y de cómo había dejado los estudios. Los dejé para cuidarte, mamá, se quejó la aludida sin mucha convicción. Me contó que en toda su vida no había hecho otra cosa que trabajar y que ahora, con lo de su enfermedad, se había quedado sin casas que limpiar y sin ningún tipo de pensión porque en ninguna la tenían asegurada.

De repente recibió una llamada que despachó con monosílabos mientras su expresión se endurecía. Cuando colgó se volvió hacia su hija «Tu padre, que qué hacemos que tardamos tanto».

Yo no sabía dónde mirar. En ese momento apareció Chema, me besó y me dijo algo como «Nada, que ya he aparcado. Te quiero. Me voy para allá, que si nos llaman desde aquí no nos enteramos».

El resto de la conversación giró en torno a su marido y así fue como supe que no la había apoyado, consolado, ni ayudado desde que habían sabido de lo de su cáncer. Me dijo que era un hijo de puta, a lo que su hija asintió en silencio, que le había repetido tantas veces que ella era una mierda y que no valía para nada, que se lo había terminado creyendo. Y que qué suerte tenía yo por tener a alguien que se acercaba sólo para darme un beso y decirme que me quería.

Yo quería contestar pero no sabía qué podía decir. Veía allí a esa mujer, pasando por todo aquello sola con su hija adolescente, contándome su vida a mí, a quien sabía que no iba a volver a ver, o precisamente por eso, y no me salían las palabras.

¿Qué le iba a decir yo, la que lo tenía todo? ¿Que dejara al cabrón de su marido? ¿Para ir a dónde?

Esa mañana el Rituximab no me hizo vomitar. Esa mañana no me creía con derecho a quejarme de nada.

Hoy he escuchado esta canción y me he acordado de Ella.