septiembre 2008


counter for wordpress
Escrito por: Bloody el 30 Sep 2008 –

(… pues ya han vivío bastante).

Mira que yo no suelo hacer críticas de pelis que están en cartelera. De hecho, hasta ahora sólo las he hecho de pelis que me gustan y que cualquiera puede encontrar en dvd o en el Ares.

Pero el domingo pasado, al salir de la sala, pensé que lo mínimo que podía hacer (por aquello de ser una buena ciudadana) era avisar sobre eso que acababa de ver.

La verdad es que no esperaba nada en particular. Con deciros que ni siquiera sabía de qué iba… (ya, ya sé que suena raro, pero es que a mí al cine me gusta ir así, a la aventura, como en…) de qué hablaba?

Ah, sí… veréis, al principio ‘Cuatro vidas’ (traducción libre de ‘The air I breathe’) parece la típica peli de historias cruzadas, tipo ‘Amores perros’ en la que al final todo está conectado y el espectador sale diciendo «claaaro, ahora lo entiendo…».

La diferencia es que en ésta no hace falta esperar a que termine: si a los 10 minutos no has adivinado cómo va a acabar, es que te falta un hervor. Y es que esta peli es como ir a Ikea: te van poniendo flechas gordas en el suelo y tú sólo tienes que seguirlas. Salvo que decidas pasar de las flechas, atravesar la parte de los niños y meterte en la cafetería a comer algo impronunciable pero con chocolate. Que es otra opción.

A lo que iba. Resulta que al comienzo de cada historia el prota en cuestión te da – en off- todas las explicaciones necesarias (y algunilla innecesaria también) para que vayas adivinando cómo va a acabar la cosa, sintiéndote así especialmente espabilado cuando tus sospechas se confirman. Y si se te va el santo al cielo, no problem, ya te cuenta la señora de al lado lo que va a pasar: «verás como la bolsa le cae encima del coche»…

Sí. Verás…

La primera historia me pareció absurda. Pero me callé. No quise mirar a Nacho ni hacer comentarios, sólo pensaba pa’mí pa’dentro «seré yo, Señor? seré yo, Señor?»

Pero en la segunda (que encima es la mejor!) ni siquiera hizo falta decir nada. Fue mirarnos y descojonarnos.

Y ahí se acabó la peli para nosotros. El resto nos la pasamos riendo. Pero reírnos, reírnos, con lágrimas en los ojos (dónde si no) y tapándonos la boca. Vamos, que si no nos echaron del cine esta vez, no nos echan ni… pues eso.

El guión es absurdo. Los personajes poco creíbles (esa Trista -Sarah Michelle Gellar- envuelta en la sábana, melena al viento, en lo alto de la azotea… canela fina). Por no hablar de que tiene algunas frases que son pa’enmarcarlas. En serio. Yo me pido (que diría Paula) la de

– Doctora, esa serpiente es muy venenosa, no cree que debería llevar protección?

– Nahh, qué va… Ahhhh!!!!

Vaya mierda estudiar tanto pa’ luego pinchar en lo básico, einnn, doctora? 😀

Total, que haciendo recuento han sido: Cuatro historias, Felicidad, Placer, Dolor y Amor. Cuatro protagonistas. Doce euros tirados a la basura. Dos horas perdidas.

Vosotros mismos.

PD.- Por cierto, tenía razón la señora: la bolsa cae encima del coche 8)


counter for wordpress

– Mira, es aquélla de allí, ¿la ves?

– ¿La de rojo?

– Ésa… ¿a que es guapa?

– Pss… sí.

– Pues ella piensa que no… aunque se lo diga todos los días… Eh, ¡agáchate! No quiero que nos vea…

– ¿Por qué? No estamos haciendo nada malo.

– Ya… es que no le gusta que venga.

– Pero ¿no dices que ésta es su calle?

– ¡Claro que lo es! Mira, ¿qué pone ahí? Princesa. Así la llama mi abuelo desde que era pequeña… Es su calle, estoy seguro.

– Pues si es su calle deberías poder venir cuando quisieras, ¿no? Si mi madre tuviera una calle seguro que me dejaría jugar en ella.

– Bueno, pues la mía no quiere. Es su calle y ella decide quién puede estar y quién no.

– Vale, vale, no te mosquees…

_ No, si no me mosqueo… Mira, ya vienen a recogerla, ¿ves? te lo dije.

– Hala, ¡qué cochazo! Mi madre siempre va a trabajar en autobús… claro que ella trabaja por la mañana…

– Ya… anda, vámonos que se está haciendo de noche y mi abuela estará preocupada.

– Vale, pues mañana nos vemos en clase. Ah, y tenías razón, es muy guapa…

– Sí que lo es.

(…)

‘Cinco razones’ / Manu Chao.

(*) Más coplillas pinchando aquí.


Esta semana le tocaba a Cástor proponer tema, y ha dicho:

«El tema será, con perdón del respetable, el siguiente::
«Si te dedicaran a tí una calle»
(Me refiero a tí, sufrido bloguero del Club de los Jueves)
¡Anda ya! Cástor»

 

 

counter for wordpress

Salgo de la ducha. Me miro en el espejo. Estiro mi piel con los dedos. Achino los ojos. La imagen se deforma. Ésta soy yo. Me doy crema, maquillaje, rímel, cacao. Dejo caer la toalla. Me encanta estar desnuda. Entro en la habitación. Abro el armario. Parece más pequeño. Saco la ropa que me pondré mañana. La cuelgo en el perchero que hay detrás de la puerta. El armario recupera su tamaño. De pie frente a él elijo la ropa que no me pondré esta noche. Demasiado informal. Demasiado sosa. Demasiado elegante. Demasiado provocativa… demasiado provocativa. Comienzo a vestirme. De dentro afuera. Conjunto negro de encaje. Minifalda vaquera. Camiseta blanca con letras rojas ‘I love men. They’re stupid’. Botas de punta. Chaqueta de cuero. Me enfrento al espejo antes de salir. Sigo siendo yo. Tomo aire. Conduzco mecánicamente. Sé a dónde voy. Atravieso el centro de la Tierra. Bonito lugar donde perder el tiempo.Todo está oscuro. Todo menos mi camiseta. Mi camiseta brilla. Habla por mí. Al fondo, unos ojos oscuros, más oscuros que el local, me buscan. Los veo acercarse. Llevan vaqueros ajustados y una camiseta dibujada sobre la piel. No nos gustan los hombres, dicen dirigiéndose a mi camiseta, pero podemos invitarte a una copa. No es una pregunta. Acepto la copa. Entonces los ojos, más oscuros que antes, levantan la mirada de mi pecho y sonríen. Y ya no necesito espejo. Ni que hablen por mí. Sé quién soy. A qué te dedicas? Vendo sueños, y tú? Yo los hago realidad. Sé lo que quiero. No vivo cerca, aviso. Entonces cuanto antes nos vayamos, mejor. Y el centro de la Tierra me atraviesa a mí. Todo lo que importa está ahora sobre mi cama. Comienzo a besarla y mi boca se multiplica. No tenemos mucho tiempo, así que no lo pierdo. Tampoco ella. Frente el espejo nos comemos la una a la otra. Y gemimos y sudamos y gemimos. No guardamos nada para mañana. Recorremos el mismo camino una y otra vez. Hasta la extenuación. Hasta asegurarnos de poder llegar con los ojos cerrados. ¿Llegar adónde? Me despierto con esa pregunta en la cabeza. Estoy sola. Me levanto sin prisas. Sobre la mesita un número, ningún nombre. Me restriego los ojos con las manos. Me miro en el espejo. Ahora mis ojos también son oscuros. Anoche olvidé desmaquillarme. Me entra el pánico. Hoy no. Hoy no. Cuento hasta 10. Sólo los impares. Nunca he tenido demasiada paciencia. Ésa soy yo. Me meto en la ducha. Me quedo allí hasta que el último deseo se va por el desagüe. Al salir oigo una llave. Descuelgo la percha de detrás de la puerta. Me visto despacio. Mi ropa vuelve a hablar por mí. Hoy todo gira en torno a ella. Yo me limito a dejarme llevar. A dejarlas que hagan lo que han venido a hacer. A mi alrededor, sonrisas nerviosas, prisas fingidas, consejos bienintencionados. Nadie se fija en mis nuevos ojos. Cuando acaban me busco en el espejo…

Estás preciosa, cielo ¿Qué, a que ahora te alegras de haber esperado hasta este día?

Pero no me encuentro.

En mi cabeza repito mi frase: Sí, quiero. Sí, quiero. Sí…


Este relato lo escribí la semana pasada, pero por no poner dos, puse Metamorfosis. Alguien me ha dicho que debería poner éste también. Así que aquí lo dejo.

Hoy por hoy es ficción.

 

counter for wordpress

‘El cambio no sólo se produce tratando de obligarse a cambiar, sino tomando conciencia de lo que no funciona’ (Shakti Gawain).

No soporto dormir sola. Cada ruido, por pequeño que sea, me asusta. Y si no hay ruido alguno, peor. El silencio es el más rotundo de los ruidos. Pero uno no elige sus miedos, más bien es al contrario. Y de entre todos, los peores son los infundados, los que ni siquiera tienen sentido. Como el miedo a las puertas entreabiertas de los armarios, a la oscuridad del pasillo, a que nunca más amanezca. O a que lo haga.

Enciendo la tele y el silencio se apaga. Busco el canal de documentales. Con un poco de suerte me ayudará a dormir.

En las riberas del río Amazonas los seres aprenden a tener paciencia con las distancias. Y aunque siempre es inquietante navegar por el río más grande del mundo, los que viven allí se habitúan a sus dimensiones…


Y poco a poco la voz en off se transforma en la tuya. Y casi puedo verte allí, con la mirada perdida en el Sena…

– Sabes? Lo que me gusta del río es que nunca es igual. El agua siempre cambia…

Hace ya un año de aquello. Pero mi vida no ha vuelto a ser un río, sólo agua estancada. Saco de la mesilla la caja de ansiolíticos, por si acaso. Sólo quedan 5 pastillas. No ha sido una semana fácil. Mañana tendré que pasarme por la farmacia.

La mayor alucinación para quien no está acostumbrado a este río es la de pensar en el mar: a veces la mirada se pierde en el horizonte sin ver la otra orilla.

Recorro despacio los metros de pasillo que me separan de la cocina. Al fondo, la luz de la entrada sigue encendida. Parece que he vuelto a hacerlo y esta vez ni siquiera me he dado cuenta. Cuesta sacudirse de encima los viejos hábitos. Cruzo el salón y la apago. Después de todo hoy tampoco vas a volver.

Al entrar en la cocina no consigo recordar para qué había ido. Entonces te veo allí. Desayunando. Ayudándome a cocinar. Contándome qué tal tu día mientras cenamos. Sin darme cuenta alargo mi mano para tocarte. Y el espejismo se desvanece, devolviéndome a tu taburete vacío. Y no puedo evitar preguntarme cómo se acostumbra uno a eso. Dejo que mi espalda resbale por la pared y me quedo allí, sentada en el suelo. Y me echo a llorar, no sé por cuánto tiempo, una hora, una semana, un año… El tiempo es tan relativo desde que no sé qué hacer con él…

Entonces me acuerdo de para qué había venido. Cojo la botella y regreso a la cama. Esta noche necesito descansar. Saco una pastilla… dos… tres. Las empujo con un trago que me quema la garganta. Y tras ése, un segundo trago que quema un poco menos. Me tumbo bocarriba y trato de no pensar en nada. Mantengo los ojos abiertos. Los ruidos crecen, se confían si me encuentran con los ojos cerrados. Pero debo intentarlo. No puedo volver a quedarme dormida en horas de trabajo. Subo un poco el volumen de la tele.

En la Amazonia existen 4.000 especies de mariposas…

Saco las pastillas que quedan. Cuatro, cinco. Un trago más. El penúltimo. Imagino qué pensarías si me vieras ahora… Pero cada uno cuenta las ovejas como puede. Y en mi cabeza no hay ovejas sino cajas. Cajas con tu ropa, con tus zapatos, con tus libros. Y tú en cada una de ellas.

La voz en off sigue hablando monocorde. En la pantalla, la imagen de una crisálida lo ocupa todo.

La pupa es aparentemente inactiva y no se alimenta. Sin embargo, a pesar de que no posee actividad visible, es cuando el animal realiza más actividad fisiológica y en ella se llevan a cabo cambios considerables…

Me doy cuenta de que hace semanas que no ceno. No tengo mucha hambre últimamente. Sin embargo esta sed no se quita con nada. Es como beber agua de mar, cada trago te sacia menos que el anterior y bebas la que bebas, nunca es suficiente. Porque aunque consigas olvidar, nadie te cuenta que uno no elige lo que olvida…

– Mamá, mamá!!! Hoy en el cole nos han enseñado cómo se hacen las mariposas.

…y lo que no.

Sonrío. Me abrazo a tu recuerdo, a nuestro viaje a París, a tu sonrisa en aquella foto que te hice en Disneylandia

– Mira, mami, Mudito tampoco tiene pelo!!!

Y cierro por fin los ojos. Las pastillas comienzan a hacer su trabajo. Y ya no me da miedo que mañana no amanezca. Ni que lo haga.


Esta semana le tocaba proponer tema a Carlos (Crariza), y ha dicho: «Debe aparecer alguna parte (frase) de una canción de una película de Walt Disney».

Para este relato he escogido una frase de una canción de Pocahontas, ‘Río abajo:

«Lo que me gusta del río es que nunca es igual. El agua siempre cambia…»


Ea, el que esté interesado en escuchar la canción en cuestión, que pinche el link…

(*) Los textos sobre el Amazonas, en color azul, están sacados de Cuadernos de navegación amazónica (los dos primeros párrafos) y de la Wikipedia (los dos segundos).

 

 

Este contenido está protegido por contraseña. Para verlo, por favor, introduce tu contraseña a continuación:

counter for wordpress

Esta vez no podía quejarse. Nada de ambigüedades. Nada de enrevesadas explicaciones a las que agarrarse si las cosas no salían como habían augurado. Todas las señales desaconsejaban aquella batalla. Uno de los sabios, el más anciano, lo miró fijamente, como si pudiera verlo a través de la nube blanquecina que cubría sus ojos.

‘Mi señor, las estrellas no mienten. Mi deber es aconsejaros que esperéis a la siguiente luna… si lo que queréis es conquistar Raba’.

El rey advirtió la pausa. ‘…si lo que queréis es conquistar Raba’. ¿Tan evidente era?

Ordenó a los sabios que se retiraran y salió al balcón. El silencio de la noche caía como un manto sobre la ciudad dormida. Levantó los ojos hacia el cielo, un cielo implacable que no sabía de amor ni de celos. Fijó la vista en las estrellas, aquéllas que se empeñaban en regir su destino. Jamás les había prestado atención hasta ese momento. Parecían tan pequeñas, insignificantes luciérnagas esperando a que el Sol se ocultara para brillar… Por fin lo había comprendido, se trataba de un juego, sólo eso. Aquel puñado de estrellas se reía de él. Del pastor convertido en rey del pueblo elegido, del hombre más poderoso de Canaán…

Ahora se sentía débil, vulnerable. No podía pensar en otra cosa. La imaginaba besando otros labios, acariciando otro cuerpo, y sentía como un dolor desconocido hasta ahora lo ahogaba. Pero aquello no parecía importarles, no tanto como para haberle advertido. En vez de eso le aconsejaban evitar una batalla que nunca pretendió ganar. Como si no supieran que su verdadera batalla llevaba nombre de mujer. De la mujer de otro.

Esa misma semana había conocido a su enemigo. Aquello lo cambiaba todo. Ahora tenía rostro, voz, nombre. Ahora era real. Le parecía irónico. Uno de sus valientes, de sus soldados, poseía todo lo que él, el rey de Israel, no podía tener.

Aquel anciano tenía razón ¿Qué le importaba a él Raba? Pensó en los hombres que no regresarían, en las familias que destrozaría con su decisión, en la sangre con la que mancharía sus manos. Bajó la mirada hacia ellas, hacia sus manos. Las manos de un rey, de un hombre, de un cobarde, de un traidor. Las observó como si no fueran algo suyo. Y no lo eran. Ya no. No desde el momento en que asumió que la única manera de volver a tenerla era desafiando a un millón de estrellas. Un millón de estrellas pesaban demasiado. Y él acababa de decidir cargar con ese peso.


Sting lo cuenta muchísimo mejor… Si queréis saber de qué va, pinchad aquí.

‘Mad about you’ /Sting.

counter for wordpress

Hace poco, a raíz de un comentario en uno de mis relatos, me di cuenta de que desde que me apunté al Club de los Jueves había dejado a un lado cualquier amago de escribir sobre mi vida. Y no es que no me pase nada últimamente. Quizá se trate de todo lo contrario, que mi vida es tan distinta a la que era hace un año, que no sé ni por dónde empezar.

Por ejemplo, el verano pasado Chema era mi pareja y mi mejor amigo. Ahora mi pareja es Nacho. Y Chema, ‘Danny’. Y eso descoloca y mucho. Descoloca porque cuando cambian las personas, lo hacen las actitudes, inevitablemente. Descoloca porque las palabras se vuelven afiladas cuando se usan para sacar a la luz cosas que ya no pueden cambiarse. Descoloca el tono cuando no es al que estás acostumbrada. Descoloca necesitar a alguien sabiendo que el sentimiento no es mutuo.

Y entiendo que todos esos cambios que tanto me descolocan formen parte de una adaptación que yo he provocado. Que no puedo pretender que las cosas sólo cambien según me convengan. Pero saberlo no lo hace más fácil.

Este verano lo he pasado a caballo entre Madrid -abusando de la hospitalidad de los amigos- y Sevilla -entre mi antigua y mi nueva casa-. Y a ratos ha sido como ver mi vida desde fuera. Mi vida sin mí. Y me he dado cuenta de muchas cosas, algunas que realmente me hacía falta entender, y otras que simplemente duelen.

Me he dado cuenta de que soy capaz de dormir sola.
Me he dado cuenta de que ir al cine acompañada no está tan mal (incluso si la peli es francesa).
Me he dado cuenta de que, a efectos prácticos, mi hermano es hijo único.
Me he dado cuenta de que echo más de menos a mis gatos que a muchas personas. Y que me da igual.
Me he dado cuenta de lo fácil que es perdonar cuando ya no duele. Y de lo difícil que es perdonarse cuando no hay nada que salvar.

Hace un par de noches un amigo me dijo algo sobre lo que he pensado mucho últimamente:

‘Eres demasiado transparente y la gente se folla la transparencia’.

Sé que tiene razón. Lo malo es que saberlo no sirve de nada cuando se trata de algo que no puedes evitar. Y así me va, porque hay personas con las que, por más que lo intente, no puedo ser de otra manera. No puedo guardarme nada. Y me siento completamente expuesta. Y estúpida. Y débil. Y es una mierda sentirse así.

Por eso he pensado que, de momento, puede que lo que necesite sea conseguir que las cosas me importen menos. Porque alguien no te falla (con a) si no esperas nada de él. Por otro lado, no sé si alguien de quien no esperas nada puede ser realmente un buen amigo.

Al final Gunilla va a tener razón: «Los amigos de verdad son los que se van de fiesta contigo, no los que vienen a contarte sus problemas…»

Supongo que yo también necesito adaptarme.